domingo, 26 de febrero de 2012

Nathaniel y su sombra.

¿Cómo saber que una sombra se encuentra a mis espaldas? La obscuridad se proyecta sobre un muro y parece no moverse demasiado. Una tenue vela alumbra y me encuentro recostado observando su flama. Tras de mí está mi sombra dibujando mi figura. La adivinanza me embriaga y me inquieto, paciente, en la zozobra. Intento no voltear y sentir que hay alguien más. Ahora volteo y nadie tras de mí se encuentra. ¿Será que la sombra que tengo no es mía, y que como los gatos cree que yo le pertenezco, y para que no me entere cuida fríamente todos sus actos y movimientos? No tengo gran ilusión de que halla espíritus que me visiten. Deseo estar solo sin que nadie me encuentre y refugiarme en mi interior sin que nada pueda perturbarme. Deseo caer en una pérdida total de sentido y fundirme con mi sombra para caminar sin peligro dentro del valle de los muertos. Alcanzaré la vida y la dejaré escapar de entre mis manos.
Mis dedos se encuentran trémulos y mis ojeras cada vez están más secas. El devenir del tiempo me carcome y deseo terminar cuanto antes; ir hacia el destierro en donde ya no encuentre salida o refugio de aquel lugar desconocido.
Errante me encuentro en este mundo sin tener que pagar pena o condena y la conciencia de mí se desarraiga. Ya la soledad ha dejado sus estragos en el brillo de mis ojos. Estoy en desamparo. Los espíritus han abandonado mi cuarto, han dejado de esconderse en escondrijos. Mis sentidos han dejado de sentir y aquellos que decidieron estar conmigo intentan ahora dejarme en el olvido.
Más... ¿por qué, sombra curiosa, has decidido visitarme esta noche que no sé qué es lo que buscas? Extraños por siempre nos hemos mirado de frente.

Nathaniel, 2001.